Hace años tenía pretensiones de literata, quería hacer se la escritura mi profesión, vivir desahogada a través de contar historias, no necesariamente buenas.
Eso de conseguir el éxito a través del esfuerzo justo es muy de los de mi generación. O quizás sea una vaga y me esté justificando.
Estoy teniendo una temporada muy buena como lectora, los buenos libros se suceden y las buenas sensaciones al leerlos me invaden. Estoy recuperando emociones que hacía muchos, muchos años no sentía.
Leyendo reflexiones viene la musa a tocarme el hombro. Me saluda como si no se hubiese ido y aunque intento alcanzarla con manos torpes y temblorosas, atrofiadas de la falta de práctica, creo no haberla tocado. ¿O la he rozado?
La vida sigue, oigo voces de madres enfadadas dando lecciones a sus hijos, esos mismos niños llorando desconsoladamente porque les están regañando por hacer algo que no saben que está mal. Los pájaros, los coches, el jardinero. Todos siguen con sus vidas, totalmente ignorantes de que yo no les ignoro. Les escucho, escucho su actividad y sus silencios.
Siento que las ideas se me agolpan y de repente de diluyen, no puedo atraparlas, se me escapan y esconden dentro de mi propia cabeza, dentro de unos días, meses o años, se asomarán y seré consciente de cuál ha sido su escondrijo.
Unos me dirán que la práctica ayuda a encontrarlas, pero cuando la musa no está, mis manos no pueden ni moverse.
Siento que estoy llena de buenas historias, de toda la cultura que me han dado mis lecturas, de mi pensamiento crítico que me ayuda a analizar como buenamente sé y puedo lo que leo y consumo. Sé que he madurado, lo noto, puedo compararme. Pero no acabo de hacerlo, no doy el último paso, quiero quedarme un poco más en la adolescencia. Esa cómoda y permisiva adolescencia en la que todo es posible y todo se te perdona.
Nuevamente siento que los libros me han sacado a flote, esta sensación tan bonita y placentera me la han dado Alejandra Pizarnik, Orson Scott Card y BENJAMIN. Junto a Clarissa Pinkola Estés con sus mujeres salvajes y su constante consejo de escuchar la intuición y mantenerse activa como método para mantenerse viva.
Estoy pasando una etapa en la que el miedo me inmoviliza, la ansiedad se ha convertido en compañero inseparable y la depresión en sombra inagotable. Escribir como lo estoy haciendo ahora me parecía imposible ayer, pero aquí estoy, desvariando enfrente del ordenador gracias a los libros.
Ojalá generar esta sensación y esta ganas de hacer cosas con una obra mía a otra persona perdida en este mundo.
Tengo ganas de rellenar hojas de mí, salpicarlas y ensuciarlas y que acabe como un cuadro de un sentimiento derramado en palabras.